La concentración de la riqueza global está en aumento. Actualmente, Estados Unidos presenta un patrón económico de tipo K: por un lado, un grupo de alto patrimonio con activos en constante aumento y capacidad de consumo explosiva; por otro, la clase media enfrenta presiones de supervivencia.

Los datos son los que mejor ilustran el problema. La participación en el consumo de las familias más ricas del 10% ha alcanzado el 49,7% del consumo total nacional, alcanzando un máximo en casi cuarenta años. Específicamente, los poseedores de bienes raíces y acciones experimentan una tasa de apreciación anual del 40%, y algunos élites del sector ven sus salarios dispararse un 45%, estos aumentos se traducen directamente en compras de activos de alta gama como aviones privados y mansiones. Algunos empresarios tienen un patrimonio que supera los 7000 millones de dólares, y la velocidad de crecimiento de su riqueza ya supera los ciclos tradicionales de crecimiento económico.

En contraste, las dificultades de las clases medias y bajas son evidentes. Los costos de vida son elevados: un solo servicio médico puede costar varios miles de dólares, y la educación, la vivienda y la salud representan los principales puntos de presión. Muchas personas, incluso trabajando, no pueden mantener un nivel de vida básico y enfrentan el riesgo de quedarse sin hogar. Esta polarización no solo refleja una brecha de ingresos, sino también una disparidad en los mecanismos de aumento de patrimonio: quienes poseen activos multiplican su riqueza mediante acciones y bienes raíces, mientras que quienes no los tienen se ven obligados a luchar en el sector de servicios y empleos de bajos salarios.

La extrema estructura económica de este tipo merece una reflexión. Cuando el consumo y el crecimiento de activos están altamente concentrados en unos pocos, la eficiencia del ciclo económico general disminuye. La capacidad de compra de la mayoría se ve limitada, lo que a su vez restringe el desarrollo de la clase media. Tal vez esa sea la razón por la cual cada vez más personas en todo el mundo prestan atención a la distribución de la riqueza: no solo es un problema de justicia social, sino también de sostenibilidad económica.