Hay un fenómeno que vale la pena reflexionar. Estados Unidos en estos años ha abierto cuentas de acciones para menores y les ha entregado dinero directamente para que participen en inversiones. A simple vista, esto parece una educación financiera, pero en el fondo podría reflejar una preocupación más profunda: cuando la IA puede reemplazar cada vez más los trabajos tradicionales, las fuentes de ingreso económico de las personas comunes se ven obligadas a pasar de "trabajo" a "capital". En otras palabras, tus hijos quizás no tengan muchos "buenos trabajos" que hacer, pero pueden beneficiarse del crecimiento de las empresas de IA mediante la posesión de acciones relacionadas con la IA.

Una vez que esta lógica se establece, otros países probablemente seguirán el ejemplo. Nadie quiere que sus jóvenes queden desempleados; en lugar de preocuparse por el mercado laboral, es mejor guiarlos desde temprano a participar en inversiones.

Desde la perspectiva empresarial, la situación es aún más radical. La toma de decisiones internas, la optimización de procesos, los ajustes estratégicos en las grandes empresas—cosas que antes requerían discusiones repetidas entre gerentes de nivel medio y alto—están siendo asumidas gradualmente por la IA. Mientras la IA ejecuta estas tareas de forma autónoma, también aprende y guía la evolución de las empresas. Desde otro ángulo, esto significa que en el futuro, la competitividad de las empresas dependerá más de "qué tan inteligente sea la IA" que de "qué tanto se esfuerce la gente".

Por lo tanto, esa pregunta vuelve al punto de partida: en un futuro así, ¿qué pueden hacer las personas comunes? Parece que solo queda un camino: subirse a tiempo a la ola, convertirse en beneficiarios de esta revolución de la IA en lugar de quedar al margen.